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‘Del cielo al no cielo, Madrid la ciudad reloj solar.’ Una visión breve de la luz y la imagen de Madrid

26/05/2023

Por Valentín Álvarez AEC AAI

«Madrid es una ciudad situada en el centro de la Península Ibérica, entre 500 y 600 m sobre el nivel del mar, de clima seco, con pocas calimas y cielos limpios, despejados y azules con gran frecuencia.

Una sierra cercana orientada al norte y noroeste deja caer hacia la ciudad brisas y vientos que limpian la atmósfera contaminada o brumosa del casco urbano.

Una luz directa solar sin ningún tipo de filtrado en los cielos crea de manera muy constante un contraste que moldea la arquitectura de manera incisiva y contundente. Esto produce una visión brusca en su temporalidad, ya que al estar tan definidas las calles por la luz directa, las sombras surgen, se mueven y desaparecen en el transcurso del recorrido solar.

De la luz y sus sombras se crea la imagen de Madrid. La ciudad es en parte o en su totalidad un enorme reloj solar, donde el tiempo se siente de manera directa gracias a la luz.

Es un reloj de luz que veríamos moverse con una definición arquitectónica perfecta, en un gran paso a paso cinematográfico donde el movimiento solar comprime las horas en segundos o minutos al entrar por sus calles y avenidas. El tiempo y la luz en la ciudad de Madrid se funden en una identidad común. Por eso, cuando los cielos se nublan y los contrastes desaparecen, en gran parte el caos parece apoderarse de la urbe. La lluvia nos hace correr por las calles, miramos al suelo para evitar el agua en los ojos. No hay sombras donde ya no vemos direcciones de luz, sólo formas difusas que nos hacen sentir que Madrid ya no es Madrid.

En un día despejado miramos hacia las alturas del cielo azul recortado por las líneas de edificios. Podemos encontrarnos el deslumbramiento doloroso de la visión de los rayos solares al girarnos de su contraluz y pasar a estar a favor de ellos. Caminar por la sombra definida de una calle y entrar en otra inundada por la marca de su fin y principio nos expone a una luz salvaje que quema nuestra retina. Nuestros ojos se cierran e incluso los protegemos con las manos y brazos.

No recuerdo a ningún pintor de Madrid que la pinte nublada o lloviendo.

Puede haber excepciones, pero no son habituales, aunque sí interesantes.

Diego Velázquez, pintor barroco del siglo XVII, plasmó al óleo un Madrid solar, con algunas nubes definidas que cuando corren con el viento crean un intervalo lumínico casi instantáneo de sombra y no sombra. Es una presencia constante que subraya lo solar entrando y cortando la forma urbana de esta ciudad.

La arquitectura y las personas en sus figuras y rostros dibujan la imagen de una ciudad iluminada por el sol despejado o nublado, con todos sus intermedios tanto brumosos como estacionales en sus ángulos lumínicos.

El sol entra por ventanas y patios, distribuyéndose en una multitud de rebotes por paredes, techos y suelos. Los madrileños intentan frenar esa desmesurada invasión lumínica en los meses más calurosos con persianas, cortinas, contraventanas y estores Para crear una penumbra con nuevas formas donde la imaginación infantil se dispara. La parábola de la luz solar en Madrid surge por Levante, entra por la carretera de Valencia y la torre de comunicaciones conocida como El Pirulí, y se pone por el oeste, entre la Casa de Campo y el paseo de Extremadura, en función del solsticio de invierno y de verano en sus grados de Azimuth planetario.

Y hay que hablar de la luz nocturna existente en la ciudad, gracias a su iluminación técnica.

La percepción cambia, pues ese artificio que alumbra las calles también surge de las ventanas que antes eran paredes y con su luz interior se convierten en agujeros o marcos visibles. Solo en el momento del ocaso, puntualmente se fusionan en un mismo estrato de interior y exterior. Ahora en la noche, el interior y el exterior se combinan en una amalgama de formas que dependen de multitud de pequeños soles creados por los humanos, llámense lámparas, farolas o puntos de luz.

Los vehículos en su movimiento nocturno crean un baile de formas y líneas que dibujan ríos de luz marcando direcciones de calles, siempre dependiendo del observador, fundamentalmente en la altura de su posición. Ver Madrid desde sus azoteas y abundantes terrazas o desde la bajura del asfalto o empedrado cambia sustancialmente la imagen perceptiva de esta ciudad. Ya no hablemos del mundo subterráneo, el que surge en las ciudades que cuentan con transporte de trenes bajo tierra: el llamado Metro en Madrid por influencia parisina en el momento de su construcción, y que depende por completo de la tecnología industrial lumínica del tiempo en que existe y se percibe.

La luz de Madrid también tiene un reloj estacional muy marcado. Una luz solar continua y preciosa en sus puntos angulares más bajos: al final del otoño, en invierno y el principio de la primavera, cuando lo permiten las nubes y brumas.

El parque del Retiro, la Casa de Campo y el Monte del Pardo se convierten en un traslúcido verde y ocre continuo.

En Madrid, la mejor luz desde lo puramente estético va ligada al frío o al principio de este y a su final. Las sombras invernales en longitud en la Gran Vía son el centro del marco “tiempo solar” de esta ciudad. Esta emblemática calle surge con orientación Este en la Calle de Alcalá y gira levemente hacia el Noroeste a partir de la Plaza del Callao. La luz la atraviesa intensa como una flecha solar.

Madrid ciudad de luz directa en su probabilidad, Madrid ciudad reloj de la luz.»

 

Valentín Álvarez AEC AAI

 

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